According to the Oxford dictionary, hospitality means the friendly and generous reception and entertainment of guests, visitors, or strangers. Southerners would say politeness, kindness or friendliness, home-cooked food, helpfulness, charm, and charity are the undeniable elements of southern hospitality that should be learned at the par with reading, writing and arithmetic.
I grew up in a home where hospitality was just a fact of life, a way of living that I didn’t know at the time was not the norm for everyone. When I hear the expression “he knows no stranger”, I think of my dad. It was no surprise for my dad to get home from work with a hitch hiker passing through, to whom he had offered a meal, shower, and a night’s rest. I remember one that stayed several days, and even returned the favor cleaning out a hornet’s nest causing trouble off the front porch. While others had an intimate, family Thanksgiving dinner, my home could be filled with out of state students, singles, or whoever was in need. People lived in our home from days to weeks to months, whether a missionary family on leave, a person coming through crisis, or years of foster children. On any given day, my mom would have us four children, four more foster, a couple to babysit to make ends meet, a half a dozen neighborhood kids hanging out, and when a friend called because she was so stressed with her two, mom would tell her to just bring them over. That’s how I got prepared to raise six of my own. I don’t know what contributed most to the hospitality at home- a country, Amish background or good old southern hospitality or a biblical understanding- but it just was.
And then we moved to Mexico, a country that is hospitable by nature. And as they say, an apple doesn’t fall far from the tree, so the home my husband and I formed has turned many a stranger into a friend. Just ask my kids, oh the stories they could tell. It’s not for everyone to bring in rehabilitating addicts, the just arrived nephew of a neighbor, a displaced single mom and child, or a person sleeping on the streets with the same heartbeat as family, foreign church teams, and ministers, but just about you name it, we’ve done it. This is not for pride nor shame, but as God is our witness, we have done as we have felt led by Him to be an extension of heart and hands, and He has been our provider and protector. Please note, I am not advocating you just follow suit or bring people recklessly into your home, but that you have an open heart and mind as you walk led by the Spirit of God in all wisdom.
“Contribute to the needs of the saints and seek to show hospitality.” (Ro. 12:13 ESV)
God teaches us to practice the principle of hospitality in His law, in the example of people like Abraham, and in direct instruction to believers, also known as saints, being set apart for God’s purposes. When we understand that there is nothing we have that God hasn’t given us, our heart and hands should always be open to share with whomever He wills.
Read Is.58:7; Lk. 6:38, Acts 16:34; 1 Tim. 5:10; Heb.6:10; 13:2; 1 Peter 4:9.
Pray thanking God for all you have as from Him- car, home, and all- and rededicate everything to Him. Ask God to see those around you with His eyes, to really see the needs, and to be prompt to act in obedience to him.
Día 24: Mi casa es tu casa
Según el diccionario de Oxford, hospitalidad significa la recepción y el entretenimiento amigable y generoso de los huéspedes, visitantes o extraños. Los sureños dirían que la cortesía, la amabilidad o amigabilidad, la comida casera, la consideración, calidez, y la caridad son los elementos innegables de la hospitalidad sureña que deben aprenderse a la par con la lectura, la escritura y la aritmética.
Crecí en un hogar donde la hospitalidad era solo un hecho de la vida, una forma de vivir que no sabía en ese momento que no era la norma para todos. Cuando escucho la expresión “él no conoce a ningún extraño”, pienso en mi padre. No era de sorprenderse que mi padre llegara a casa del trabajo con alguien que recogió pidiendo raite a quien le había ofrecido una comida, una ducha y una noche de descanso. Recuerdo uno que se quedó varios días, e incluso nos devolvió el favor limpiando un avispero que causaba problemas en el porche delantero. Mientras que otros tenían una cena íntima y familiar el Día de Acción de Gracias, mi casa podía llenarse con estudiantes de fuera del estado, solteros o quien fuera que lo necesitara. La gente vivía en nuestro hogar de días a semanas a meses, ya sea una familia misionera de sabático, una persona que venía de una crisis o años de niños en crisis del servicio social. En un día cualquiera, mi mamá cuidaba a sus cuatro hijos, cuatro más del servicio social, unos que cuidaba por paga para ayudar llegar a fin de mes, media docena de niños del vecindario pasando el rato, y cuando una amiga llamaba porque estaba tan estresada con sus dos, mamá le decía que los trajera. Por si se preguntaban, así es como me preparé para criar a seis de los míos. No sé qué contribuyó más a la hospitalidad en casa: una vida campestre con antecedentes amish, la buena hospitalidad sureña, o una comprensión bíblica, pero simplemente así era.
Y luego nos mudamos a México, un país que es hospitalario por naturaleza. Y como dicen, de tal palo tal astilla, por lo que el hogar que mi esposo y yo formamos ha convertido a muchos extraños en amigos. Solo pregúnteles a mis hijos, oh, las historias que podrían contar. No es para todos traer a casa a adictos en rehabilitación, el sobrino recién llegado de un vecino, una madre soltera y su hija desplazados, o una persona que duerme en las calles al igual que a la familia, los equipos de iglesias extranjeras y los ministros, pero casi lo que sea, lo hemos hecho. Esto no es por orgullo ni vergüenza, sino como Dios es nuestro testigo, hemos hecho lo que nos hemos sentido guiados por Él para ser una extensión de su corazón y sus manos, y Él ha sido nuestro proveedor y protector. Tenga en cuenta que no estoy abogando por que simplemente siga este ejemplo o traiga personas imprudentemente a su hogar, sino que tenga un corazón y una mente abiertos mientras camina guiado por el Espíritu de Dios con toda sabiduría.
“…compartiendo para las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad.” (Ro.12:13)
Dios nos enseña a practicar el principio de hospitalidad en su ley, en el ejemplo de personas como Abraham, y en la instrucción directa a los creyentes, también conocidos como santos, que son apartados para los propósitos de Dios. Cuando entendemos que no hay nada que tengamos que Dios no nos haya dado, nuestro corazón y nuestras manos siempre deben estar abiertos para compartir con quien Él quiera.
Lee Is.58:7; Lc. 6:38, Hechos 16:34; 1 Tim. 5:10; Heb.6:10; 13:2; 1 Pedro 4:9.
Ora agradeciendo a Dios por todo lo que tienes como de él, coche, casa y todo, y vuelve a dedicar todo a Él. Pídele a Dios poder ver a los que te rodean con sus ojos, que realmente vea las necesidades y que sea rápido para actuar en obediencia a él.